Querido Baley:
De sobra sabe lo adecuado y necesario que es dar a cada palabra, a cada expresión, su significado, su sentido, a veces preciso, otras precioso, según el marco o habitación en que nos movamos, en que nos apliquemos.
Y crea, querido Baley, que no se trata sólo de resultar acertados desde un punto de vista lingüístico, si es que acaso la precisión, más allá de los 150 metros a green, del nudo doble Windsor, o la más lúbrica de las mentiras, forma parte alguna de nuestras virtudes, si no, y sobre todo, desde un punto de vista estético.
Me refiero, efectivamente, a la distinción, que lamentablemente no existe para determinados anfitriones, entre una fiesta, y una reunión social.
Ciertamente, en buena parte de los aconteceres festivos de hoy día es precisamente la falta de festividad y la sobra de acontecer, lo que en la práctica convierte veladas destinadas a la despilfarrandula más prolífica, por no decir profiláctica, en meros eventos sociales tan aburridos como un campeonato de petanca amañado.
Y fíjese, querido Baley, que para gente de tan marcadas pendencias como lo somos usted y yo, al final, la carga de la peor de las vergüenzas, esa, la vergüenza ajena, recae sobre nuestro hombros, cuando lo cierto es que debería hundir en la más profunda de las ignominias a quien se toma la licencia de otorgar un apelativo tan excelso y significante, a lo que no es más que algo aburrido e intrascendente.
Y eso no es lo peor. Lo peor viene cuando encima, le reciben a uno mancillando un apelativo tan lejano a lo que se desarrolla allí dentro, un lugar que desde ese mismo momento no nos parece si no otro de tantos a los que merece la pena ir para no volver a hacerlo.
Sin otro particular
Casey Rossfield