viernes, 8 de noviembre de 2013

Amor mío, no hay palabras

Querido Baley:



Así como a los viejos hay que tenerlos en cuenta en sus díscolas apreciaciones, aunque sólo sea por la probabilidad estadística de que el conjunto de sus vivencias acierten de vez en cuando con la verdad, de igual modo habremos de tener en cuenta las diatribas de Bobby Mandalay (eltemplodeladestrución.blogspot.com.es), pero no por senil, si no por innovador, iluminado, por la manera en que su intuición se acerca no sólo estadística, si no filosóficamente a la verdad.

Bobby Mandalay es un pensador prófugo de convencionalismos, ya sabe, ese tipo de personas que miran fijamente, un diletante de las mismas faltas que sus congéneres apreciamos como virtudes, un fondista maratoniano que destila sus comentarios a pesar, en contra, y muy por encima de la forma.

De este modo vea usted, querido Baley, cómo Bobby Mandalay trata un tema como el romanticismo: El romanticismo como entidad, abstracta, más o menos tangible, y denodadamente ponzoñosa, es un atributo siempre pasivo en boca de la mujer. Cuando una mujer se declara como tal, romántica, no alude en absoluto a cualidades propias, si no muy al contrario, a cualidades que espera que usted detente como tal. Cuando una mujer se dice romántica, no espere ni por un momento que va a ser usted objeto de atención o detalle, pues es justo esa parcela la que a usted le toca cumplir por el carácter de aquella, de tal forma que toda la parafernalia al caso, véanse velas, cenas, escapaditas, etc., serán gastos y planes a su costa, y por cuenta de una sensibilidad que jamás sospechó  que tuviera.

Que quiere que le diga Chip, pero creo que pocas veces tendrá uno la oportunidad de presentarse ante una de esas aburridas sesiones del R&A, perfectamente pertrechado con el uniforme de gala de la marina de su graciosa majestad, y con voz tranquila y resuelta admitir que estos son los hechos, y que son irrefutables.



Sin otro particular


Casey Rossfield