miércoles, 25 de junio de 2014

Como pollos sin cabeza

Querido Baley:


Afortunadamente el voto en este país es un derecho, y no un deber, de modo que incluso el hecho de no ejercerlo transmite una postura definida respecto a su finalidad. Como follar, vamos.
A mi me parece bien que la gente vote si quiere, incluso que folle, pero no aguanto a los  que hacen propia una causa que sólo conocen por los libros de texto, las hemerotecas, o en el mejor de los casos  las historias del abuelo,  y mire que me extraña que el abuelo vaya contando chismes de alcoba a los nietos; aquellos que recriminan la pasividad o el hastío de otros  acerca de cualquier tipo de comicios, haciendo suya una lucha que no pelearon, un derecho con el ya contaban y para el que no tuvieron que mover ni un puto  dedo cumplida la mayoría de edad. 

Pero no se lo recrimino. Porque la clase política es igual o más  astuta que un publicista a la hora de vender su producto, y no se extrañe si algún día descubre que la letra pequeña fue idea de algún político enano. Y así como Apple es capaz de convencer a tipos de cociente medio  que la vida no merece la pena vivirse sin su iphone, que de hecho la verdadera vida es la que uno percibe a través de su iphone, como si Platón estuviera al otro lado de la línea, la clase política ha sido capaz de hacer creer a la mayoría que votar es innegociable, indiscutible, y en  los casos más graves un deber; un axioma cuya negación supondría el advenimiento del último día, y así nos lo recuerdan en cada ocasión cuando reiteran, unos y otros, lo importante que es la participación, cuanta más mejor, conscientes claro está, de que de ello depende su estilo de vida. 
Por que no lo dude querido Baley, eso es lo que supone votar hoy día, y maldita sea, sólo puedo imaginar  lo que sería esto aplicado a temas más carnales.

Efectivamente, atrás quedaron los tiempos en los que la política patria tuvo algún sentido, en los que uno podía depositar la esperanza de un futuro más justo y mejor, la esperanza de encontrar soluciones en una papela sin tener que meterse un pico. Atrás quedaron los días en los que creímos que esa ralea se debía y trabajaba para nosotros.
O quizás fuera que tardamos un poco más de lo previsto en enterarnos de que no, de que esta calaña trabajó, trabaja y lo hará por y para si, para sus privilegios y para sus trapicheos, su vanidad y su mesianismo. Y no me cabe la menor duda de que ellos ya conocían  desde el principio el desarrollo de esta trama, y así han estado década tras década aleccionándonos meticulosamente sobre el único instrumento que tienen para conservar su forma de vida: el voto.
Por eso no es extraño escuchar como un representante de las juventudes de esta clase daba con la solución a la desafección de la gente con la misma: necesitamos más política.
Pues no. Lo que necesitamos es integridad y vergüenza, algo de lo que carecen incluso éstos, que no ven el momento en que la vieja guardia se retire a los cuarteles para empezar a rentabilizar los años de militancia.

Ese es el futuro que nos espera, más de lo mismo, dos tazas. 
Y que quiere que le diga, considerando  a día de hoy la imposibilidad fáctica de una reformulación del sistema, visto lo que hay pero sobre todo lo que viene, considerando la ilusión  de una re-entré a la manera en que usted tiene el gusto de inaugurar cada temporada en su penthouse del Soho, quien sabe si en una diatriba parecida, en la que la clase política de hoy son los privilegiados de la Francia de 1789, la solución que adoptó la Revolución no fuera la que hubiera  de adoptarse también ahora.
¿Y acaso sería usted capaz de criticar la medida como abominable o bárbara de quienes sentaron la base y los conceptos de la democracia que en nuestros días disfruta, o lo pasaría como un mal necesario?

No se preocupe, Lord Baley, no someta su atribulado juicio a una tensión tan vana, pues es una elección  impensable hoy día.
Y lo es, por que como señala Sir Bobby Mandalay en su ensayo Me lo dijo tu madre mientras le dejaba cien pavos en la mesilla, el segundo de los principios que la clase política ha procurado inculcarnos a conciencia es precisamente que la violencia es mala, que no lleva a nada bueno, que con ella nada se consigue, y que sólo el diálogo es la fuente de la que manará el maná de un porvenir próspero y seguro.
Y así, hablando y hablando, votando y votando, seguimos como estamos.

Y no puedo dejar de pensar que si Voltaire, Montesquieu, Rousseau o Robespiere levantaran la cabeza, más de una rodaría.


Sin otro particular


Casey Rossfield

No hay comentarios:

Publicar un comentario