domingo, 26 de enero de 2014

Puntada sin hilo

Querido Baley:


No crea que pretendo importunar ninguno de sus que-haceres digitales o analógicos  debidos al tiempo,  espacio y materia a que se refieran, distraer de algún modo la atención precisa y preciosa que lo acompaña, pero entienda que en ocasiones es necesario poner atención sobre determinados temas, y aunque hayan de tratarse de un modo más o menos serio, por otra parte la única manera de hacerlo con algo tan aburrido como el arte y lo que sigue.
Evidentemente, la primera y quizás única pregunta relevante al respecto sea la siguiente: ¿qué es el arte?
Pero dígame querido Baley, ¿acaso importa?

La única significación del arte es su existencia por y para sí, el arte por el arte, con independencia del sentido que queramos otorgarle, incluso más allá del  único aprecio que el de el  autor por su propia obra, sin más finalidad que el deleite de propios y extraños, pero sin su necesidad. Porque en el origen íntimo de todo arte está la auto-complacencia del artista. Y quizás sea por ello que no exista un arte social, por así decirlo, al servicio de nada que no sea lo que hablamos. Y el arte, hoy día, es mierda enlatada, tiburones en tanques de formol, o clases de anatomía que para sí hubieran querido estos tipos del fondo. Un arte que lucha por recuperar el cetro que antaño ostentara como centro del goce lúdico, como emeroteca de acontecimientos tan elevados como costumbristas, antes de la fotografía, el cine, la televisión e internet.

Y en estas, l´ haute couture se ha convertido en arte, en un mero patrón de onanismo, en masturbación de aguja e hilo. Y sus sastres no ambicionan ya vestir las calles de París, Londres o Milán, aunque sólo fueran un puñado de privilegiados quienes dieran cuenta del estilo de cada una de las firmas, si no que aspiran al arte, se han convertido en artistas, y como tales trabajan, con un ahínco casi ridículo, en ver quien  presenta la colección más estrambótica, en ver quien se hace la paja más tocha.

Acuérdese por ejemplo del debut del l´enfant terrible de la moda española, David Delfín, cuando en la actitud propia de un niño de cuatro años, miame, mianme, miá lo que hago, no se le ocurrió otra cosa que cubrir con una capucha a modo de burka a sus modelos, tanto como colgar de sus cuellos sogas suicidas o de justicia, si es que su colección no trataba de eso mismo. O fíjese, sin ir tan lejos, en la colección de Thom Browne presentada en la Paris Fashion Week de hace unos días, cuya mamarrachada no deslegitima en absoluto el presunto concepto de la misma, si es que existe, ni mucho menos el trabajo que conlleva, pero si la pulsión primaria de quien decide dedicarse al patronaje, totalmente desvirtuada  a estas horas por estos artistas, para los que irónicamente, a salvo el recuerdo mítico de alguna ocurrencia genial o deplorable, el único reconocimiento que recibirán, uno que se revuelca como un marrano en su propia clase, será durante el paseíllo de la feria, mientras El Greco se parte la polla, por los siglos de los siglos, a sabiendas de su trascendencia, y  ese saludo negrata.

Pero no se apure Baley. Afortunadamente, como dijo Wilde, la moda es algo tan horrible que nos vemos obligados a cambiarla cada seis meses.


Sin otro particular


Casey Rossfield

No hay comentarios:

Publicar un comentario