sábado, 18 de enero de 2014

La cara oculta del porno

Querido Baley:


La pornografía y el amor tienen a día de hoy un elemento común, cuando antaño la aprehensión de la primera tenía el tacto propio del papel o el VHS, y ahora no es necesario más que un leve pulso, como quien llama a las puertas de la mansión de tío Hefner, para acceder a, sumergirnos en, un mundo de colores.
Efectivamente, la pornografía, como el amor, está en el aire. God save the Web.

Pero esto, que ilumina las mañanas de unos mientras oscurece las noches de otros, se ha convertido en un problema común para todos, cuando tanto diurnos como nocturnos, han de velar por el desarrollo más o menos conveniente de sus vástagos, el que los tenga.
Sin embargo, fíjese que el tratamiento o deriva del tema, en esta caso como en tantos otros, apunta siempre a la misma dirección, acusa siempre al mismo culpable: la sociedad, ese ente abstracto e impersonal que acarrea siempre con el dolo de cualquiera de las perversiones que ella misma origina, mientras esperamos a que como juez y parte arbitre las medidas necesarias al respecto, algo que legitima por analogía a la cerveza como origen y cura de todos nuestros males.

Pero querido Baley, la sociedad no es abstracta ni impersonal, si no que se configura, entre otras cosas, a partir de individuos de carne y hueso, perfectamente reconocibles en su faceta, en este caso de padres, y que conforman la misma a través de sus actos y omisiones.
Así, el problema, en su origen, no es la existencia per se de la pornografía, si no la responsabilidad de los padres en el acceso de los hijos a la misma, toda vez que este se produce mayoritariamente a través de los terminales instalados en el propio domicilio, o de los smartphones cuya necesidad para un niño o menor es la misma  que teníamos nosotros con su edad: ninguna.
Pero claro, es mucho más fácil, más cómodo, apelar a la tutela de papá Estado, esperar a que regule, prohíba, persiga y castigue, antes que activar el puto control parental del sistema operativo que se trate, o que aguantar el berrinche del niño por que no tiene un jodido móvil.


Sin otro particular


Casey Rossfield

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