jueves, 5 de diciembre de 2013

La abogada embarazada

Querido Baley:


Cualquiera que haya visto el suficiente cine estará al corriente de las admoniciones que un tipo como Humphrey Bogart nos brindaba a través de sus personajes, una de las cuales nos ponía sobre aviso acerca de la confianza que debiéramos otorgar a aquel que no bebiera: ninguna.

Y puede resultar un poco exagerado, pero cuando beber era algo consustancial, que iba de la mano de poner un pie en un bar, cualquiera que para acompañar un diálogo clave en la trama pidiera una soda, era cuanto menos, digno de sospecha.

Y si le digo la verdad, no sé si esto tiene mucho que ver con lo que sigue, o lo estoy usando únicamente como introducción, sobre todo si tenemos en cuenta el guiño meta-cinematográfico del segundo párrafo, el tabú que aún se cierne sobre lo que tratamos, o directamente su inexistencia para según qué segmentos de la población, y mire que me extraña, porque porno es lo que hacemos todos en casa.

Efectivamente Baley, no se fie usted de quien dice no ver porno, mucho menos si lo que dice es que nunca lo hizo, y ni de coña si le promete que nunca lo hará. Por mi parte es algo que yo nunca he hecho ni volveré a hacer.
Y aunque la estadística, adorada como un tótem moderno cuyos datos determinan la incontestabilidad de una realidad respalda tal desconfianza, reasignando excedentes, por así decirlo, o lo que es lo mismo extrapolando, acaso, y crea que mi comentario está a mil jodidas millas de querer ser moral, ¿acaso no es tan consustancial como encender el televisor el acceder a un mundo de pornografía en sus más variados tipos y formas?

¿O cómo definiría esos programas, Gandía Shore, Sálvame (del cual se emite una versión de luxe lo que me da a pensar en que han querido justamente diferenciar a la prostitución del servicio de acompañamiento) etc., en los que la temática gira en torno a las pollas que una o varias señoritas se comen, dejan de comerse, las fulanas que con las que un chulo ha sido visto o dejado de serlo, etc.? Porque lo cierto es que la pornografía animal la excusamos como documental, pero a estas señoritas y chulos no hay propósito cultural que los ampare, y muy jodido hay que estar para justificar sus enredos como una vía lúdica, mientras nos llevamos las manos a la cabeza por que el vecino es acólito seguidor de La abogada embarazada se come un buen pleito, La abogada embarazada se come un buen pleito II. Ponte en mi pellejo, La abogada embarazada se come un buen pleito III. Apelación,  La abogada embarazada se come un buen pleito IV. Errores de procedimiento, y La abogada embarazada se come un buen pleito V. Absolución.

La diferencia está en que nuestro querido vecino no se acuesta reconfortado por la desgracia ajena, creyéndose mejor que otro, o arrasado por la envidia, sino más bien aliviado, quizás exhausto, a un lado el juicio moral y con la conciencia tranquila, sabiendo que el porno, es lo que hacemos todos en casa.


Sin otro particular


Casey Rossfield