jueves, 5 de diciembre de 2013

El día de mañana

Querido Baley:


Lo cierto es que nunca dejará de sorprenderme lo rápido que nuestras soflamas de alcoba, ese bailar desnudos alrededor de nuestro calcetines, ese gritar su nombre al borde del abismo, se esfuman como el ninja que nunca estuvo, o si prefiere, al rayar la mañana con los primeros rayos de sol que han de quemar los mismos ánimos vampíricos, porque en efecto, esa es siempre su caducidad, desde el instante mismo en que nuestros libidinosos afectos se interesan por su carne.
¡Ah, Baley, cuantas condenas nocturnas no habremos esquivado gracias a la apelación de la mañana, cuanto juicio nos habrá devuelto, que no arrepentimiento, por fortuna!
Pero para eso está la mañana. La mañana, y en algún que otro caso, las toallitas desmaquillantes.


Sin otro particular


Casey Rossfield